miércoles, 2 de abril de 2008

Las casitas chinas (II)

Hubo un día, una época, en que pasé un gran bache. Como el tiempo cura a base de olvido, que es el único remedio universal, me lo he perdonado, ya que, si no, hubiera sido imposible seguir adelante. Pero en aquella época no podía permitirme pasar por el gran bache.

-¿Qué es un bache? –me dice Hug, el troglodita-. Un bache tiene que ser algo serio. Un bache es no poder salir a cazar, pensar que hay una familia esperando la pieza y volver a casa de vacío, a aguantarle el llanto hambriento a tu hijo y la queja lastimera a su madre, y que esos sonidos hirientes se te metan en la cabezota y, haciéndose coro con los gruñidos de tus tripas, no te dejen pegar ojo en toda la noche, mientras te atormentas pensando si mañana va a haber o no caza que traer.

Hug, el troglodita, es escueto en su razones, pero quizás merezca más crédito del que le doy. Le conocí en un tebeo de Gosset, hace ya muchos años. Rechoncho, barbado, armado con una garrota gigante que apoyaba entre el hombro y el enmarañado pelo negro, vestía un arcaico trapo rojo con lunares oscuros y bajo su redonda nariz mostraba una enorme sonrisa dentada cuando daba con alguna maravilla que enseguida se tornaba en desengaño o, al menos, desconcierto.

Bache. Hoyo que se hace en el pavimento de calles o caminos, por el uso, u otras causas. Interrupción accidental que se produce en una actividad continuada. Desigualdad de la densidad atmosférica que determina un momentáneo descenso del avión. Abatimiento, postración súbita y que se supone pasajera, en la salud, en la situación anímica o en el curso de un negocio. La Real Academia de la lengua lo explica de ese modo. Pero las palabras son tan maleables, tan vivas en el fondo, que verlas atadas a una definición exacta e inequívoca las malogra un poquito.

Sin embargo, en todas esas definiciones está presente un determinado camino. Parece que sea necesario que siempre haya algo parecido a un sendero para que se presente un bache. No tiene sentido hallar baches triscando por los montes, vagando sin orientación por las laderas pedregosas que podrían ser, en sí mismas, un puro bache continuado, y donde todo son baches no hay bache que resalte, que se haga con esa definición que a su vez lo petrifica y lo mata.

Por otra parte, el bache forma parte del camino. No interviene en el sentido o la dirección, sino que, por estar en él, es el mismo camino, tal y como lo son las zonas llanas y fáciles, las curvas, las ascensiones, las rectas...

-Déjate de monsergas –dice Hug, el troglodita-. Tú sabes bien a qué me refiero.

Se refiere a que yo, aunque no vivía una economía floreciente, tenía un techo, algo que comer, y el amor de alguien.

Una vez, Hug, el troglodita, anduvo persiguiendo a un congénere de otro clan durante todas las viñetas de un pliego para hacerse con un invento fabuloso que le haría domesticar el fuego. Ese invento se llamaba cerilla. Cuando por fin lo consiguió, tras innumerables penalidades, lo llevó orgulloso a su jefe y lo rascó sobre una pared para matarlo en una única y vital demostración. Pero Gosset se cebaba en su criatura sin miramientos: toda la ufaneza del cavernario se quebró en un instante cuando su jefe le explicó que aquello no era para él nada nuevo, ya que tenía un cargamento de cerillas a buen recaudo.

¿Lo ves, Hug? No todo en esta vida es cazar.

-Eres un idiota. Si no cazas no hay nada que rascar: ni cerillas, ni orgullo.

Uno no cabe en el mundo cuando el mundo no cabe en sus manos, cuando un instante de vida que le ha sido dado soñar (no una vida entera, sino un instante, una imagen) se hace imposible a la luz de la realidad. Nada es como debería porque no he sabido darle forma, quizás subsistir consiste en engañarse modelando un camino que no es el nuestro para creerlo tal, y quizás los baches son asomos del camino inicial, ese que no hemos formado.

-Pareces un hechicero (un cura), hablando de caminos y realidades de lucecitas –replica Hug-. No hay camino que valga: la caza está cada día detrás de un matojo diferente.

Pero yo no lo sabía, Hug. He sido educado en una sociedad de volatines y farándula. ¿Cuál es, si no, el motor que la lleva hacia su destino? Los sueños. Los sueños que se venden, que empapelan las lindes, que viajan en los cuartos traseros del mulo que nos antecede. Sin ellos no se podría mantener el tinglado. Para cuando lo comprendes, es demasiado tarde: te encuentras abotargado por la pereza.

Lo malo es que en mi gran bache no tuve yo esa percepción que no sé si me hubiera salvado o condenado. Siempre pensé que hay poquísimos escogidos que sepan domeñar la libertad para ser libres sobre ella misma. En mi gran bache solamente tuve una sensación y, ¡ay de mi!, terminé culpándome por tenerla. Se plantó ante mí y me colgó de las orejas, como una letanía: Soy incapaz de...

-Sí que eres un incapaz. Lo has demostrado palpablemente. Para salir de caza no se puede dudar: la pieza te olfatea y se escapa.

Lo sé, lo sé, Hug, pero no puedo dejar de pensar que para salir de caza hay que estar entero. No se puede salir cansado, ni melancólico, ni pensando que no se puede.

-Hay que salir y punto. Cuando se caza no se piensa: se huele, se mira, se acecha y ya está.

Yo me encontraba mal. Quizás es que no me encontraba, el mundo no cabía en mis manos, me resultaba ajeno, había ideado tantas cosas tan sólo sobre mi soporte que me sentía como una cariátide aguantando un edificio de sal, mirando la escalinata a la que no podía acceder por no dejar de sostener una quimera que se vendría abajo en cuanto retirase un pie. Cuando uno mismo es la medida de las cosas no atisba a comprender lo que se esconde tras esas puertas, la razón que tienen para abrirse o cerrarse, para balancearse o golpear, cómo influye el aire que las voltea, qué remolino o qué agradable frescor orea su atmósfera interior, perturba su orden. Uno no sabe siquiera en qué consiste realmente esa atmósfera interior.

A veces pienso que madurar significa ver derrumbarse las cosas con serenidad. Cuando la cariátide retira el pie por querer asomarse al vano que no llega a alcanzar y la construcción entera se le viene abajo, entre esas cosas que se derrumban se encuentra uno mismo. Si la serenidad le falta, querrá reedificar idéntico edificio con idénticos materiales salinos, y el resultado se repetirá cada vez que reúna valor para tratar de hollar el vano. Figúrate, Hug: ni siquiera llegué a verlo por dentro, aprehenderlo, comprenderlo y, por lo tanto, apreciarlo. Sólo podía decirme: Soy incapaz de hacerlo.

Digamos que ese día no pude salir a cazar.





Hasta entonces había olvidado las casitas chinas. Con diez años salí de aquella alcoba, con catorce de aquella casa, y con dieciséis le perdí el rastro definitivamente al papel pintado de la pared.

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